martes, 28 de febrero de 2017

A LA CAZA DE LOS CORRUPTOS

Dirigentes de “izquierda” en búsqueda del tiempo perdido…
   
A LA CAZA DE LOS CORRUPTOS

Bogotá, 28 de febrero de 2017

¡Por fin! Tres importantes dirigentes de la “izquierda” colombiana, cada uno por un camino diferente y aún con vacilaciones y dudas, van hacia el encuentro con las grandes mayorías de la población que durante el pasado plebiscito (2 de octubre), o se abstuvieron, o dijeron NO a Santos y a las FARC, o votaron por un SI plenamente consciente de querer acabar con una guerra instrumentalizada por el imperio y las castas dominantes.

Los “tres” han sido incentivados por la actitud beligerante y valiente de una senadora que, así a veces actúe con algo de tosquedad y sin ningún cálculo político, procediendo casi como una candidata “outsider”, va en la misma dirección –buscando encontrarse con ese pueblo que muchos califican de indolente y apático– pero que como lo afirma un amigo intelectual destacado, tiene el mérito de no haberse dejado embaucar de la casta dominante, ya que desconfía de una paz llena de mentiras, demagogia y falsedad. Ella –la senadora– proviene de otras toldas diferentes a la “izquierda” pero por el momento marca la pauta y ha tomado la iniciativa con la recolección de firmas para realizar una consulta popular y con su llamado “¡vence al corrupto!”.  

Claro, no se puede desconocer el papel que han jugado los dirigentes de “izquierda” en la lucha contra la corrupción de “los de arriba”. Uno de ellos, se destacó por enfrentar a los paramilitares durante el gobierno de Uribe, usando incluso muchas de las investigaciones en las que participó –desde la academia–, la hoy senadora de marras. También fue uno de los primeros en denunciar los sobornos de Odebrecht, a los que fue acercándose cuando se enfrentó a los hermanos Nule y Moreno Rojas. También es valiente y audaz, hay que reconocerlo, pero, en momentos claves, la soberbia y la sobradez lo confunden y aíslan.

El otro, es un reconocido dirigente que siempre ha estado enfrentando la corrupta clase política tradicional y, en lo fundamental, con algunas excepciones, a los grandes empresarios “nacionales” y extranjeros. Pero la diferencia en la actualidad es que, pareciera, ha incorporado a su estrategia política el tema de la corrupción como una bandera no sólo coyuntural sino estratégica. Hoy, que es candidato a la presidencia por su partido, ha entendido que ese problema es fundamental para movilizar al grueso de la ciudadanía colombiana. El sólo hecho de reunirse con la senadora pre-candidata y otro candidato antioqueño caracterizado por su actitud “ni-ni”, calificado por muchos como neoliberal y vacilante, pero deslindado tanto de Santos como de Uribe, indica que el senador de “izquierda” está soltando las amarras de una rigidez táctica que le había impedido ir al encuentro con el grueso de la sociedad.    

El más veterano dirigente de izquierda que avanza en esa dirección inédita fue cabeza del M19 en la Asamblea Constituyente de 1991. Se ha puesto al lado de la senadora-candidata y ha incidido en su partido para retirarse del gobierno de Santos, dado que el anterior ministro de Justicia de alguna manera enviaba el mensaje de que su partido hacia parte de la “unidad nacional”. Todo indica que el senador “verde” ha empezado a entender que no puede repetir la historia de hace 26 años. Al separarse del gobierno de Santos, manteniendo el apoyo al cumplimiento de los acuerdos con las FARC, está enviando el mensaje de que la única garantía de avanzar hacia la democratización del país (y por lo tanto, la consolidación del proceso del fin de la guerra), es sacando a todos los corruptos (“santistas”, “uribistas” y “vargas-lleristas”) del gobierno, derrotándolos a todos en las elecciones de 2018 con una amplia convergencia de las fuerzas sanas de la nación.

La “moralización de la república”, consigna de Jorge Eliécer Gaitán, está a la orden del día. Sólo después, con un gobierno verdaderamente alternativo, se podrá organizar y convocar un “proceso constituyente de nuevo tipo” que sea la base para construir la 1ª República. La verdadera república social que promueva la participación de los eternos excluidos, de los “invisibles” de que habla William Ospina. Es una senda totalmente diferente a la transitada en 1991.

Y por esa misma vía avanza –aún con vacilaciones y despistes– el otro dirigente de izquierda que también fue un importante integrante del M19 (aún novel en 1991). Sabe que pegarse a la fórmula de Timochenko del “gobierno de transición” que incluye a la patota corrupta de los Roys Barreras, Benedettis, Samperes, Gavirias, Serpas y demás, no es la mejor decisión. Pero le cuesta todavía vincularse a la “alianza anti-corrupción” por cuanto allí se encuentra con otros “egos” parecidos al suyo, que son rivales desde hace un buen rato, pero lo principal consiste en que aún tiene esperanzas en la existencia de una burguesía “decente” que él idealizó en cabeza de Álvaro Gómez Hurtado en ese entonces. Hoy está tentado de encontrarla en las filas “santistas”.

En este trascendental instante del país, la mejor actitud de los demócratas colombianos es empujar “desde abajo”, ojalá construyendo autonomía e independencia política de base, para que estos dirigentes de izquierda logren entenderse con la senadora “verde”, jalonen al candidato paisa y logren ponerse a la altura de las exigencias del momento. El grueso de ese pueblo rebelde (que se muestra indiferente, apático, escéptico y hasta “pasivo” y “distraído”), si observa que existe un espíritu sincero, de unidad para antagonizar con los eternos enemigos de la democracia y sirvientes del gran capital, los apoyará y desencadenará una nueva “ola” de fervor democrático. Ya no será una ola “amarilla” o “verde”, será multicolor y tan intensa que, en su mayor longitud de onda, se acercará a la brillantez de la luz de un nuevo amanecer.       

Todo apunta a que ese camino está allí esperándonos. Como era previsto, una vez se diera fin a la guerra interna –así sea formal y parcialmente–, saldrían a flote los agudos y graves antagonismos sociales, económicos, políticos y culturales que estuvieron por tanto tiempo ocultos, reprimidos y aplastados, tanto por acción directa y consciente de quienes ostentan el poder como también por efecto de fenómenos psicológicos paralelos que inhibían o impedían la expresión plena de la variedad de intereses de clase, étnicos y de grupos poblacionales que se diferencian por región, cultura, género o edad.

Es más, en medio de la superación precariamente concertada del conflicto armado –a pesar de los años de diálogos, la infinidad de discursos, los ríos de tinta y cúmulos de papel utilizados en el logro y firma de los acuerdos–, se han ido manifestando en forma paulatina (y a veces contradictoria) esos intereses, que por la complejidad y desarrollo desigual de nuestra sociedad, requieren un estudio y un análisis concreto, detallado y específico, a riesgo de caer en generalizaciones que no contribuyen en la tarea de entender nuestra realidad.

Uno de los antagonismos que explotó literalmente en manos del actual gobierno iniciando el año 2017 es el de la corrupción político-administrativa. El detonante fueron los sobornos de la empresa constructora brasileña Odebrecht que comprometen a gobernantes de varios países vecinos. No obstante, los casos de corrupción en Colombia son reiterados pero el gobierno había logrado esquivar o atenuar los escándalos como el de Saludcoop, Fondelibertad, Cafesalud, Reficar y muchos otros. En este instante no pueden ocultar la corrupción que corroe y compromete a “santistas”, “uribistas” y “vargas-lleristas”.

Toda esta situación le sirve a la sociedad para unificarse y dar un salto cualitativo que es clave para construir democracia y paz. Es la lección que nos deja el panorama latinoamericano en donde hasta los gobiernos “progresistas” y “bolivarianos” se han visto enredados y contaminados por el flagelo de la corrupción político-administrativa. Unidad y claridad, ya no sólo entre la “izquierda” sino con todos los demócratas, es la fórmula para acertar y avanzar. ¡En eso estamos!


E-mail: ferdorado@gmail.com / Twitter: @ferdorado

lunes, 20 de febrero de 2017

LAS CONDICIONES HAN MADURADO...

Retomando las tareas frente a la coyuntura electoral de 2018

 LAS CONDICIONES HAN MADURADO…

Bogotá, 20 de febrero de 2017

“Estoy seguro de que las condiciones están madurando. Pero yo no tomaré la iniciativa, no voy a alimentar en nadie la sensación de que tengo avidez de poder político. Si hacemos algo, será a mi pesar, y eso es lo más conveniente. Cuando hay tanto ambicioso a punto de saltar, conviene que quien ama a esta tierra tenga que ser obligado.”

William Ospina

En Colombia de cara a las elecciones de 2018 se configuran cuatro bloques políticos: a) Izquierda-liberal “santista”; b) Centro-izquierda; c) Derecha-populista; d) Extrema derecha-seudo-fascista.

Los principales temas que han escogido para construir identidad son: a) Continuidad de la paz; b) Anti-corrupción; c) Autoridad y obras de infraestructura; d) Lucha contra el “castro-chavismo”.

Las personalidades y candidatos que van ubicándose en cada bloque son: a) Humberto de La Calle Lombana, Clara López, Piedad Córdoba, Iván Cepeda; b) Claudia López, Jorge Enrique Robledo y Sergio Fajardo; c) Germán Vargas Lleras; d) Oscar Iván Zuluaga y demás pre-candidatos “uribistas”.

Otros precandidatos que “suenan” de los partidos de la U, liberal y conservador, como Juan Carlos Pinzón, Roy Barreras, Armando Benedetti, Juan Manuel Galán, Aurelio Iragorri (hijo), Martha Lucía Ramírez y Alejandro Ordoñez, no se han definido.  

Las fuerzas políticas que se van alinderando en cada bloque son: a) Partido Liberal; un sector de la U, conservador y del Polo; PC, UP, PTC, Voces de Paz; b) Alianza Verde, Polo “robledista”, Compromiso Ciudadano; c) Cambio Radical; d) Centro Democrático. 

Esos bloques van a jugar como atractores para el resto de fuerzas políticas, incluyendo a Progresistas, ASI, MAIS, otras agrupaciones y la organización política que creen las FARC y el ELN (si su proceso de negociación avanza con prontitud).

Sin embargo, existe un gran margen de opinión y de electores que –como se observó el 2 de octubre de 2016 en el plebiscito– son abstencionistas y/o indecisos, y no creen o no son motivados por el régimen político o por las dinámicas electorales existentes.

Es decir, hay condiciones para que un “nuevo movimiento” irrumpa en la política colombiana. Es evidente que para incidir en la coyuntura actual –dada la cultura política de nuestro país– tendría que apoyarse en un candidato “outsider” con características especiales.

Esa situación se puede observar con mayor nitidez si se analiza el contenido de los discursos y la dinámica de los actuales bloques políticos. En verdad, son resultado de precarias sumas de fracciones desgastadas, unión de divisiones residuales, coaliciones que se forman por necesidades electorales. Nada que ver con verdaderos proyectos basados en una coherencia política y en una narrativa común. Por ello, no entusiasman al conjunto de la sociedad.

A pesar de los esfuerzos individuales de Claudia López, que ha picado en punta con la consulta anti-corrupción, no se perciben formas nuevas de hacer política. El espíritu colectivo está ausente, no se aprecia una visión estratégica, todo juega alrededor de individuos y candidatos, no se construyen programas en forma incluyente. ¡Es más de lo mismo!

Hoy la forma es mucho más importante que cualquier otro aspecto. Gustavo Petro encabezó el último experimento que logró romper con algunos esquemas tradicionales pero no lo pudo consolidar desde la Alcaldía de Bogotá. Al contrario, lo deterioró. Su margen de resistencia es muy alto con respecto a otros candidatos bien posicionados. De allí que todavía no sepa dónde ubicarse o que al final decida actuar en forma independiente. Está atado al pasado.

Además, la propuesta de “gobierno de transición” planteada por las FARC en el Teatro Colón durante la firma definitiva de los acuerdos (24.11.2016), que incluiría a todas las fuerzas que apoyaron el SI –que ha sido ratificada por diversas personalidades de izquierda–, no sólo se ha visto mermada en sus posibles componentes sino que carga con la imagen negativa de las FARC y el desgaste del gobierno Santos. Por tanto, no es una alternativa confiable para derrotar a las derechas que –indudablemente– se unificarán en la recta final de las elecciones.

Un “nuevo movimiento” de ciudadanos del “común”, apoyándose en un candidato “outsider”, puede oxigenar la actividad política en Colombia, colocando temas de fondo que tienen que ver con la verdadera democratización del país y la construcción de una paz social. Si no le alcanza, sea por un motivo u otro, dicho movimiento podrá jugar como un importante refuerzo y estímulo para derrotar tanto al “progresismo neoliberal” (santismo) como a los “populismos de derecha” (uribo-varguismo) y desencadenar un proceso de moralización de la acción política y de construcción de amplias ciudadanías activas y protagónicas, empezando por la juventud.

Además, puede servir de punto de apoyo para continuar con la construcción de un Nuevo Proyecto Político que siga proponiendo y empujando las transformaciones estructurales que exige el país y el mundo. Y claro, deberá jugar un papel de control social del nuevo gobierno que se elija en 2018 (cualquiera que sea), estimulando la organización social y popular “desde abajo” y visualizando un “proceso constituyente de nuevo tipo” que sólo podrá ser impulsado por un gobierno alternativo.    

Todo es cuestión de voluntad y decisión. Las condiciones están dadas.

Nota: Queda pendiente el análisis de clase y sectores de clase, incluyendo otro tipo de antagonismos heredados de la "colonialidad del poder" como lo étnico, racial, cultural, género, regiones, etc.

E-mail: ferdorado@gmail.com / Twitter: @ferdorado


jueves, 16 de febrero de 2017

LLEGÓ LA HORA DE “FUETIAR” A LOS CORRUPTOS

Recordando la Veeduría Ciudadana en el caso de PROBOLSA…

LLEGÓ LA HORA DE “FUETIAR” A LOS CORRUPTOS

Bogotá, 17 de febrero de 2016

Ahora, que se puso de manifiesto –¡ya era hora!– el tema y el destape de la corrupción político-administrativa, es oportuno recordar la actitud de múltiples personas (políticos, funcionarios, dirigentes sociales, etc.) frente al sonado caso de PROBOLSA[1] (octubre de 2008) y, sobretodo, a la iniciativa de conformar una Veeduría Ciudadana para hacerle seguimiento al proceso de investigación y posible sanción.

Primero, la cara de sorpresa del Secretario de Hacienda de la Gobernación del Cauca. Cuando un grupo de personas del común nos presentamos ante su despacho para oficializar “de hecho” una veeduría ciudadana –una herramienta más de control social–, el hombre no sabía qué hacer. ¡No lo podía creer! Vaciló, consultó y tuvo que aceptar que era legal y viable.

Segundo, nuestros propios compañeros (as) que no habían vivido ese tipo de experiencias, al principio vacilaban porque no estaban muy seguros. El legalismo de siempre aparece en estos casos. Las veedurías han terminado siendo utilizadas por los mismos funcionarios y contratistas corruptos para tapar y legalizar sus robos y desmanes al erario público. Ya hay hasta “expertos” en el tema. De eso viven y les pagan por hacer la pantomima.

Tercero, algunos políticos de turno que “vieron el papayaso” se sumaron a la veeduría ciudadana o se aliaron con ella, facilitaron información, movieron sus influencias y quisieron utilizar a la veeduría para saldar deudas pasadas o para –oportunistamente– debilitar al Gobernador para tratar de colocar allí a otro corrupto igual o peor al que se robó o permitió que se robaran más de 16.000 millones de pesos de las transferencias de salud y educación.

Cuarto, otros políticos que eran asesores, abogados o defensores de los funcionarios comprometidos, especialmente del Gobernador, se “arrimaban por los laditos” a la veeduría ciudadana, enviaban a sus agentes o fichas para supuestamente “asesorar” a los veedores pero en realidad era para espiar, enterarse qué tanto habían averiguado, qué pruebas tenían, o también, para tratar de desestimular ese tipo de acciones poco acostumbradas en Popayán.

Quinto, la prensa de la región inició una campaña de difamación en coordinación con el personero de la ciudad para deslegitimar a la veeduría ciudadana, planteando que no era legal, que no se había inscrito ni legalizado ante la Personería y otra serie de argumentos, cómo el que las veedurías ciudadanas no tenían competencia en esa materia.

Sexto, muchos dirigentes sociales que están al frente de las luchas por “proyectos” (de obras, servicios públicos, titulación de tierras y demás) se mostraban de palabra “solidarios” pero ¡vaya!... nunca arrimaban a las reuniones que se hacían públicamente en el salón principal de la Asamblea Departamental, donde nos escuchaba todo el mundo, sin secretos, con total transparencia (sabemos que el Gobernador de entonces ordenó realizar seguimientos y grabaciones de nuestras sesiones). Dichos “dirigentes” hoy los vemos haciendo cola detrás de los pequeños proyectos y escasos recursos del “post-conflicto”. En realidad era un tema candente, “quemante” y ellos no se querían “quemar”.

Séptimo, el señor Contralor General de la República de ese momento quien nos recibió en Bogotá rodeado de un numeroso séquito de bellas secretarias y asesoras. Esa y otras citas se lograron fruto de la gestión de una parlamentaria que fungía como “anti-corrupta” pero que después se volvió a aliar con los mismos de siempre. Después de mucho protocolo el Contralor nos repitió el contenido del discurso que 28 años atrás su padre (presidente de la República) había planteado: “hay que reducir la corrupción a sus justas proporciones”.

Octavo, los secretarios de la Gobernación y otros funcionarios de medio pelo de la Procuraduría Regional y de la Contraloría Departamental, que al igual que muchas personas no podían creer que unos “pobres diablos”, sin más poder que su propia decisión y convicción, pudieran hacer “toda esa bulla y escándalo” por un tema que sólo debía ser investigado por los famosos “órganos de control”.

Hasta la fecha –como lo preveíamos algunos de los integrantes de la veeduría ciudadana–, sólo se condenaron y castigaron a funcionarios menores, mandaderos de ocasión que fueron “echados a las fieras” como carne de segunda mientras los ladrones de cuello blanco compraban haciendas y se daban las anchas con los recursos públicos. Todavía el Gobernador comprometido figura como un prócer, es el “gastrónomo número uno del Cauca” y jura por Dios que no tocó un solo peso de ese oscuro negocio. Sus herederos políticos siguen allí, de candidatos al Senado o de campantes gobernantes.  

Esa experiencia debe ser recogida ahora. La única forma de derrotar a los corruptos es sacándolos del gobierno, de la Presidencia, del Congreso, de Alcaldías y Gobernaciones, de Asambleas departamentales y Concejos Municipales, eligiendo gente nueva que haya demostrado comportamientos éticos y honestos, y paralelamente, organizar a la población para hacerle control social a todos los contratos, a los nombramientos y convenios, reformando la legislación nacional para dotar de “afilados dientes” a las veedurías ciudadanas, participando en la ejecución de los proyectos, “respirándole en la nuca” a funcionarios y contratistas. No hay otro camino.

Ya lo hemos hecho, tenemos experiencia… ¡hay que volverlo a hacer!

Nota: Quienes no confiábamos en el papel y función de los órganos de control planteamos en ese tiempo que había que realizar un castigo simbólico al Gobernador. La idea era elaborar un gran muñeco con la cara del gobernante corrupto, con su trasero “pelao”, y llamar al pueblo a asistir al Parque de Caldas a calentarle esa parte del cuerpo con unos cuantos y buenos fuetazos… ¡al estilo indígena! Lástima, el legalismo y el espíritu cortesano se impusieron en la veeduría ciudadana y no fue posible hacerlo pero era una buena idea. Ahora, hay que apoyar todas las iniciativas “anticorrupción” (consultas, referendos, denuncias, etc.) y prepararnos para en el próximo año 2018, “fuetiar” a todos los corruptos del Cauca y de Colombia derrotándolos en las urnas. Es nuestra oportunidad. ¡Y lo haremos!

E-mail: ferdorado@gmail.com / Twitter: @ferdorado     




[1] Desfalco de recursos públicos del departamento del Cauca por $16.000 millones en donde se utilizó a una intermediaria financiera llamada Probolsa para camuflar y facilitar el robo. Ver: http://bit.ly/2loKro5

miércoles, 15 de febrero de 2017

EL POPULISMO DE DERECHA ATACA

EL POPULISMO DE DERECHA ATACA

Bogotá, 15 de febrero de 2017

Hace 51 años muere Camilo Torres Restrepo, el ideólogo del Frente Unido.

El triunfo del Brexit en Reino Unido, del “NO” en Colombia y de Trump en EE.UU., son expresiones de los avances del “populismo de derecha”. Ya venía de atrás fortaleciéndose, sobre todo en Europa. Pero es un fenómeno global. Un ejemplo es el actual presidente filipino Rodrigo Duterte. La “mano fuerte”, el “sentido común”, el lenguaje “crudo y directo”, la xenofobia, el racismo, la homofobia, el estímulo a una “nueva lucha de clases”, el nacionalismo estrecho y rabioso, han sido las herramientas de esa derecha populista. Todo ello, presentado como una confrontación al establecimiento oligárquico neoliberal. En Colombia, como siempre, adelantándose, Uribe fue una expresión precoz de ese fenómeno en auge.

El ascenso del populismo de derecha es, a la vez, la derrota de la “izquierda liberal” (Zizek), del “progresismo neoliberal” (Fraser), o sea, de la “izquierda domesticada”. La izquierda termina acomodada al sistema capitalista cuando entra a administrar el “Estado heredado” sin tener un verdadero programa y una estrategia revolucionaria. La derecha populista cabalga sobre los lomos del fracaso de los proyectos de cambio que sólo aplican “paños de agua tibia”. “Si la revolución no se repite” (Zizek-Lenin), la reacción termina imponiéndose. Si las fuerzas revolucionarias no evolucionan desde lo nacional a lo global, desde lo pragmático a lo revolucionario, desde lo administrativo a lo realmente político, desde la democracia “de arriba” a la democracia “de abajo”, desde el "dar y ofrecer bienestar" (subsidios) a generar verdaderos procesos transformadores, sus esfuerzos y buenas intenciones son asimilados por el sistema. Terminamos a la defensiva, con el pecado y sin el género. Nos quedamos con la ilusión y los capitalistas con sus arcas llenas.

No quiere decir que no debamos luchar por “ser gobierno”. Podemos y debemos hacerlo pero sólo como una tarea más, ni siquiera como la principal. La labor que tenemos entre manos es construir las herramientas organizativas entre las comunidades y la población, “órganos de nuevo poder” (soviets o comités revolucionarios), formas de “democracia de abajo”, así sean gérmenes incipientes pero que sean “cualitativamente nuevos”. Esa forma de nuevo poder debe combinar una acción legislativa y ejecutiva (comuna) con acciones concretas en campos de la producción y la cultura, como "pro-común colaborativo" (Rifkin-Ostrom). Es la única garantía de que puedan ejercer "verdadera hegemonía”, de que cuando las fuerzas revolucionarias controlen el Estado heredado, esos órganos de nuevo poder no sucumban ante las presiones y formas de cooptación que vendrán “desde arriba”. Es la única forma de mantener y fortalecer las "reservas de la revolución", el pueblo de verdad empoderado y movilizado. 

Hoy (2018) en Colombia es posible que una coalición de centro-izquierda logre acceder al gobierno. Vivimos una verdadera crisis de régimen. Pero si no tenemos claro cómo actuar en esa eventualidad, si como ocurrió en los gobiernos de izquierda en Bogotá (incluyendo el de Petro) no sembramos conciencia y organización a todos los niveles (no sólo con los "más pobres" sino con todos los sectores de la sociedad), lo que ocurrirá será que repetiremos la experiencia y los fracasos que estamos observando en nuestros pueblos vecinos. Pero, no será culpa de los Robledos, Claudias, Fajardos o Petros (como no es culpa de Lula, Chávez, Correa o Evo-García Linera), será culpa de todos nosotros que hemos perdido nuestra capacidad crítica y desechamos el debate y la autocrítica. El pragmatismo nos ha embelesado y paralizado.

Pero... ¿es posible reaccionar?


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viernes, 10 de febrero de 2017

¡CUIDADO! VARGAS LLERAS QUIERE EMULAR A TRUMP

¡CUIDADO! VARGAS LLERAS QUIERE EMULAR A TRUMP

Bogotá, 10 de febrero de 2017

Hoy todo está patas arriba. Trump, un multimillonario xenófobo, es –supuestamente– el gran enemigo de Wall Street y Frankfurt. Los trabajadores afectados por la globalización neoliberal y derrotados por el capitalismo salvaje, en los EE.UU. y Europa se apoyan en los populistas de derecha (Trump, Le Pen, etc.) que lo único que les pueden ofrecer son muros de contención para los inmigrantes o la expulsión de los mismos. Mientras tanto, la izquierda liberal no sabe qué hacer y al interior de los movimientos sociales, populares y libertarios, recién se inicia el debate sobre qué camino coger. La confusión es mayúscula.  

En Colombia, el vicepresidente Vargas Lleras inició su campaña electoral estimulando el nacionalismo contra los venezolanos. Empoderado y alentado por el presidente Santos para andar por ciudades y pueblos –con chequera en mano y coscorrones a granel– entregando soluciones de vivienda como si salieran de su bolsillo, va construyendo su entramado electoral con políticos corruptos y toda clase de contratistas mientras el resto del gobierno trata de contener las críticas acudiendo al argumento de “la defensa de la paz”.  

Vargas Lleras quiere emular a Trump y arrebatarle la bandera derecho-populista a Uribe, quien construyó gran parte de su capital político atacando a Chávez y al proyecto bolivariano. Pero éste no se había atrevido a agredir al pueblo venezolano en el entendido de que en los últimos 30 años, el hermano país recibió, alojó, trató bien y nacionalizó a millones de colombianos. Además, Uribe sabe que los recientes migrantes venezolanos no simpatizan con el actual régimen de Maduro y, por tanto, en vez de ser rechazados deben ser atraídos.

Sin embargo, los intentos por revivir en Colombia el populismo de derecha, que ya tuvo su auge temporal durante los dos gobiernos de Uribe, no van a prosperar. Eso creemos. La amenaza “castro-chavista”, bandera de los guerreristas, ya no asusta tanto. Los escándalos de corrupción político-administrativa que –con el caso de Odebrecht– han rebosado la copa, afectando a uribistas y santistas, y la acertada decisión de un sector de los demócratas de centrar sus acciones en ese tema, aglutinan la atención de la población cansada de la demagogia “pacifista”.

No obstante hay que afinar la estrategia. ¡Hay que tener mucho cuidado! Debemos tener en cuenta que la base económica y social del populismo de derecha en nuestra sociedad es muy diferente. Aquí el peso de las economías criminales (unas legales y otras no) es enorme. La minería a gran escala y a cielo abierto, la producción y tráfico de narcóticos y otras “drogas ilícitas”, el tráfico ilegal de insumos, armas y personas, los juegos de azar, la prostitución a diferentes escalas, la pornografía virtual y real, los turismos ilegales e informales de nuevo tipo, las economías informales (moto-taxismo, venta de minutos, ventas ambulantes, e infinidad de formas de rebusque que se apoyan en la corrupción e ineficacia del Estado, etc.), hacen parte de nuevas formas de acumulación e irrigación de capital, y generan sectores sociales descompuestos, “burguesías emergentes” que no tienen escrúpulos y tienen mentalidad mercenaria. Además, sabemos que al final, todas esas ganancias de esa economía parásita siempre “llega” a los bancos e instituciones financieras de las metrópolis híper-desarrolladas.

Por otro lado, el despojo de territorios y riquezas a cargo de conglomerados transnacionales y “nacionales”, y en medio de ello, la reaparición de nuevas formas de economías de pequeños y medianos productores (del campo y de la ciudad), exigen nuevos enfoques en la investigación de nuestras realidades y nuevas miradas que capten la complejidad de un desarrollo socio-económico y cultural que, a más de contradictorio, es caótico y turbulento.

Lo que se observa a simple vista (no hay estadísticas) es que esas “economías” –incluyendo todo el aparataje financiero que se mueve alrededor de préstamos y refinanciaciones de préstamos (caso de los créditos de libranza)– logra que de una forma algo artificial y artificiosa, la gente –de todas las clases y estratos–, mueva “billete” a diestra y siniestra. Decenas de centros comerciales son construidos aceleradamente en ciudades, pueblos y localidades de Bogotá y el auge constructor de vivienda mantiene su ritmo. Pareciera que más quebrado está el Estado que la gente misma. Y además, ese Estado no sabe cómo quitarle ese dinero, sobre todo a “los de abajo”, mientras en las grandes ciudades se generaliza la inseguridad y criminalidad que es la respuesta de una juventud que no tiene oportunidades de educación y/o empleo digno.

Es indudable que la actual crisis fiscal del Estado, acrecentada por el impacto de la corrupción político-administrativa va a convertirse en mayores impuestos (directos e indirectos) sobre todo para los trabajadores y medianos empresarios formales, pero ese otro gran espectro económico ilegal y hasta criminal, seguirá siendo una especie de colchón de amortiguamiento que evita la profundización de una crisis general que afecte a toda la población por parejo. Es la particularidad de este país, que no es fácil de encuadrar ni de entender.

Frente al desorden y el caos de la economía, de la sociedad y del Estado, la mayoría de la población está pidiendo “mano fuerte”. Los demócratas deben tomar atenta nota de esa situación. El populismo de derecha siempre ha utilizado ese argumento para crecer y consolidar su política. La izquierda liberal nunca resolvió ese problema por temor a afectar los llamados “derechos humanos”. Se requiere mucha firmeza para impulsar un proceso de moralización de la sociedad y entender que hay que empezar por la cabeza, por los grandes cabecillas de la corrupción y de la economía criminal (transnacional).

No se puede repetir la caricatura de Mockus que se empoderó con la consigna de la lucha contra la corrupción y cuando estaba de cara a la Presidencia, centró su política en la “corrupción” del tendero que no paga el IVA o la del peatón que viola las normas de tránsito. Hoy y siempre el desorden lo ponen “los de arriba”. Por allí toca empezar a barrer la casa.


E-mail: ferdorado@gmail.com / Twitter: @ferdorado

martes, 7 de febrero de 2017

CONQUISTAR LA DEMOCRACIA ES HACER LA REVOLUCIÓN

Por qué los demócratas deben deslindarse de las FARC

CONQUISTAR LA DEMOCRACIA ES HACER LA REVOLUCIÓN

Bogotá, 6 de febrero de 2017

“Los demócratas colombianos no pueden cargar con el peso negativo acumulado por las FARC en su proceso de degradación guerrerista.”

En Colombia –por fin– se están dando las condiciones para derrotar a los principales agentes de la corrupción político-administrativa. Por lo menos, a nivel del gobierno central es posible someter la “patota” politiquera y clientelista. El desmantelamiento de ese entramado ilícito que carcome al Estado y a la sociedad debe ser iniciado por la cabeza. Y de inmediato, hay que continuar con las mafias políticas territoriales y locales pero hay que iniciar por el nivel central. Ese paso es esencial para después impulsar verdaderos procesos constituyentes convocados por un gobierno alternativo.

Es por esa razón que las fuerzas sanas de la nación, representadas por los sectores políticos que no se han dejado permear por la politiquería y el clientelismo, que hoy están parcialmente presentes en el Polo Democrático Alternativo, Alianza Verde, Progresistas, Compromiso Ciudadano y otras agrupaciones, deben diseñar una estrategia creativa y consistente para unificarse y, así evitar que la “izquierda liberal” (santismo) y el “populismo de derecha” (uribismo y vargas-llerismo) continúen polarizando y distrayendo a la sociedad con la falsa disyuntiva entre la paz y la guerra, entre la “debilidad” y la “autoridad”, entre la apariencia reformista y la realidad ultra-conservadora.

Esas fuerzas sanas de la nación, que tienen identificada a la corrupción política-administrativa como el cáncer que ha hecho metástasis en todos los niveles del Estado y de la sociedad, recogen los intereses de gran parte de los trabajadores, campesinos, indígenas, afrodescendientes y clases medias, pero también, de importantes sectores empresariales (pequeños, medianos y hasta grandes) que están resueltamente interesados en enfrentar ese fenómeno. Entenderlo, es de gran importancia para el momento actual. Podemos romper el celofán y sacarla del estadio.

Es evidente que no estamos hablando de la corrupción inherente al sistema capitalista y de las mafias financieras que carcomen al mundo con el pillaje de los poderosos bancos. Sin embargo, desencadenar un movimiento contra la corrupción que afecte la contratación del Estado y el funcionamiento de las instituciones de justicia y los órganos de control, permitirá que los movimientos sociales ejerzan –organizadamente– nuevas formas de control social, “desde abajo”, “con afilados dientes”, avanzando hacia nuevos espacios de lucha.

No obstante, para poder construir ese gran frente social y político contra la corrupción, las fuerzas democráticas deben aclarar y ajustar su posición frente a la terminación del conflicto armado. La tesis que desarrollo en este escrito parte de plantear que además de respaldar el proceso de cumplimiento de los acuerdos firmados, debemos deslindarnos –total y absolutamente– del proyecto político que organizarán las FARC. Si se consigue afrontar con propiedad y claridad ese tema, el año 2018 podría ser histórico para el país.

En este largo artículo, que recoge brevemente aspectos históricos de nuestro país y en los que incluyo parte de mis experiencias y encuentros personales con el conflicto armado, intento contribuir a superar ese dilema que impide que algunas corrientes políticas e intelectuales se sumen a la lucha contra la corrupción que han planteado varios precandidatos presidenciales como Jorge E. Robledo, Claudia López, Sergio Fajardo, Antonio Navarro y otras personalidades que tienen autoridad moral para hacerlo.

Hay que ayudar para que las FARC tengan condiciones viables para hacer política, en eso no debe haber dudas. Démosle la bienvenida a la civilidad y contribuyamos para que actúen en ese terreno. Pero, ello no significa que las fuerzas democráticas tengan que cargar con el peso negativo que se han ganado, que es un efecto directo de la degradación que sufrieron durante esa larga guerra. Además, mientras los dirigentes guerrilleros y sus cercanos –tanto de las FARC, ELN y EPL– no reconozcan la existencia de ese proceso de degradación y no superen conscientemente las causas internas (propias de esas organizaciones) que llevaron a esa situación, no lograrán avanzar ética y moralmente y ganarse el favor de las mayorías sociales y ciudadanas.

Ese es el tema que desarrollo a continuación.

Síntesis de una posición reiterada

Desde el punto de vista revolucionario y democrático no se cuestiona el paso que han dado las FARC. Es acertado y oportuno acabar con una guerra que terminó instrumentalizada por el imperio y la oligarquía. La crítica central consiste en que la dirigencia guerrillera, en su afán por ocultar el fracaso de la estrategia armada, se han prestado para ilusionar al pueblo con supuestas reformas que traerían la democratización del país y la construcción de una “paz estable y duradera”. 

Sería como decir… no pudimos transformar el país por la vía armada pero ahora que dejamos las armas, la oligarquía y el imperio nos premian haciendo la revolución por decreto. Porque en eso si no pueden haber duda: ¡Conquistar la democracia en Colombia es una verdadera revolución! Pero, al contrario de lo que piensan los jefes guerrilleros y las fuerzas políticas de su entorno, ello no se logrará con reformas en el papel como ocurrió en 1991. Es una experiencia comprobada con creces. Sólo sacando del gobierno a las castas dominantes podrá iniciarse un verdadero proceso de democratización del país. Las reformas legales serán resultado y no causa de ese proceso.

Pero además, la identificación que se hace de la terminación negociada del conflicto armado con la conquista de la paz, no sólo le sirve al establecimiento neoliberal para ilusionar a la población con la promesa de cambios sustanciales en la vida del país sino que le permiten –bajo esa cobertura– impulsar sus política de arrasamiento de territorios y de mayor entrega de nuestras riquezas con el argumento de que es para “construir la paz”. Nada más contradictorio y falso.

Los factores estructurales que eternizan las violencias no se van a superar a corto plazo. Por el contrario, se van a fortalecer. La economía del narcotráfico, la explotación de nuestras riquezas naturales a manos de empresas transnacionales, las economías ilegales ligadas al tráfico de drogas, insumos, armas, personas, prostitución, juegos de azar, etc., la debilidad estructural del Estado y la cultura de enriquecimiento fácil (“traqueta”), no van a ser enfrentadas por un régimen que no está interesado en impulsar alternativas productivas autónomas o políticas sociales viables para atacar esos fenómenos. Es un hecho visible.

Si en realidad el gobierno estuviera interesado en acabar con la economía del narcotráfico ya habría planteado la legalización global de toda la cadena productiva para acabar con un negocio que se funda en la política prohibicionista. Si quisiera acabar con las violencias intrínsecas a un tipo de explotación de los recursos naturales que se basa en el despojo y atropello a las comunidades, ya habría declarado la emergencia ambiental y social movilizando al ejército y a la población para acabar con esas prácticas anti-sociales. Pero, eso nunca lo harán. Nunca.

Las guerrillas deben luchar –como lo hacen– por obtener garantías para reinsertarse a la vida civil y hacer política. Hasta allí les da la fuerza. Pero, querer agregar conquistas que solo puede obtener la sociedad y el pueblo organizado y movilizado, sólo sirve al interés demagógico de las castas dominantes que les interesa ilusionar a la gente con salidas cómodas. ¡No hay soluciones fáciles!

Pero además, hay que reiterarlo una vez más, las guerrillas no son los actores ideales para generar una gran movilización social porque perdieron –hace rato–, su perfil ético y político para encabezar esa tarea. Es la causa de que durante todo el proceso de diálogos no haya sido posible vincular las reivindicaciones y organizaciones sociales con la conquista de la paz. Es algo que muchos no se explican, no entienden o quieren negar.

De alguna manera, las FARC, por no perder el escaso capital político construido a lo largo de décadas, juegan a lo que le interesa jugar a la oligarquía: a la apariencia de reformas democráticas. Su descolocación frente al momento político es visible y hasta comprensible. Han vivido de espaldas a una realidad que les pedía que acabaran con una acción armada que impedía el desarrollo político y cultural de la sociedad. Al fin lo comprendieron pero quieren cosechar muy temprano lo que no supieron sembrar desde el monte y la clandestinidad.

No caen en cuenta que fueron instrumentalizados en la guerra y ahora lo están siendo en la paz.

El problema de fondo

Para abordar el problema de fondo es necesario entender, por un lado, nuestra formación social histórica que es la que en verdad hay que superar, y por el otro, las concepciones políticas e ideológicas heredadas por nuestras izquierdas, que recién hoy empiezan a estudiarse y entenderse a nivel mundial después de los fracasos históricos de las revoluciones del siglo XX (Rusia, Europa Oriental, China, Corea, Vietnam, Cuba, etc.) y las recientes experiencias en países árabes, norte de África, Grecia y América Latina. Ambas formaciones (social y política), están entrelazadas e imbricadas. Nuestro conflicto armado es un ejemplo de ello.

En América Latina se presentó un fenómeno muy interesante que no ha sido estudiado por la academia, y menos, por los partidos políticos. La colonización se realizó con cierta facilidad porque se hizo con base en la confluencia de dos tipos de élites cortesanas que se coaligaron para hacerlo. La una, la proveniente de la península ibérica (castellanos, andaluces, extremeños, catalanes, vascos, gallegos, lusitanos, etc.). Las otras, élites de cacicazgos indígenas pertenecientes a los imperios precolombinos (inca, azteca, muisca). De una forma especial se construyó una alianza entre esas cúpulas para mantener y expandir su poder a lo largo y ancho del territorio.

Con la fuerza de esa coalición (así haya sido subordinada para las élites indígenas) se construyeron las instituciones coloniales más poderosas de la región: Real Audiencia de Nueva España (México); Nueva Castilla (Lima-Perú) y Nueva Granada (Bogotá-Colombia), que después fueron Virreinatos y que en la actualidad siguen siendo los centros de poder colonial, pro-imperial, oligárquico, racista y reaccionario en América Latina[1]. Hoy son la cabeza de la Alianza del Pacífico y no es casual que en esos países se hayan presentado las últimas rebeliones y alzamientos armados (EZLN, Sendero Luminoso, MRTA, FARC, ELN, etc.).

Esas oligarquías, en cuya cabeza siempre se mantuvo una élite blanca que reclamaba su pureza europea pero que estableció relaciones de parentesco, padrinazgo, compadrazgo y otras formas de relacionamiento cercano con indios, negros y mestizos, aprendió desde muy temprano a manejar las rebeliones y alzamientos armados. Conocían al detalle qué pueblos y sectores eran “malos” (mapuches, nasas, kichés, negros antillanos, mestizos rebeldes, etc.), cuáles eran controlables, quienes eran sobornables, y sabían provocar, manipular e infiltrar los levantamientos armados. Incluso, aprendieron a estimularlos para depurar de “malvados” a sus “comunidades protegidas”[2].

Esa realidad –que debe ser estudiada a profundidad– era desconocida por los luchadores y dirigentes de los movimientos insurgentes que aparecieron después del triunfo de la revolución cubana. No es casual que sólo en aquellos países en donde se impusieron dictadores como Batista (Cuba) y Somoza (Nicaragua), que se salieron de la línea “cortesana” y “democrática” que usaban las oligarquías latinoamericanas, fue donde logró imponerse una insurrección armada de tipo popular. Y esa falta de conocimiento de la realidad los llevó a impulsar alzamientos armados que, desde un enfoque estratégico y complejo, no tenían formas de movilizar a las mayorías y de triunfar frente al poder imperial-colonial-oligárquico.

El otro aspecto, la formación política de los dirigentes populares revolucionarios es muy importante de caracterizar. Fue heredada de los avances de la humanidad y de los trabajadores europeos de los siglos XVIII, XIX y XX. Sin embargo, como lo están aclarando estudios y análisis críticos, dichas concepciones estaban plagadas de concepciones deterministas, economistas, dogmáticas, de idealización de los objetivos y formas de lucha. En realidad, era un cristianismo con apariencia de “marxismo” y de revolución popular. Los revolucionarios –todos– se creyeron “salvadores supremos”. Y claro, el voluntarismo guerrillerista idealizado en el “Ché” se convirtió en el modelo del revolucionario que se iba al monte a montar su guerrilla y esperar la insurrección popular.

De esa manera se fue olvidando la consigna de la I Internacional: “La emancipación de los trabajadores es obra de los trabajadores mismos”, y se reemplazó por la lucha de grupos y vanguardias armadas, muchas de las cuales confluyeron con verdaderas resistencias armadas campesinas como en el caso de Colombia. No obstante, al no poder convertir esa resistencia en una ofensiva popular de gran envergadura se vieron involucradas en una trampa histórica de la cual recién estamos saliendo. Es parte de nuestra historia y legado por superar.

Algunos encuentros personales con el conflicto armado

Para ilustrar algunos de los aspectos que he señalado anteriormente voy a realizar un ejercicio breve de memoria personal que les puede servir a los jóvenes que no conocen detalles de nuestro conflicto armado. Son parte de nuestras experiencias y deben ser compartidas para ser evaluadas.

Algunas personas saben que mi abuela materna, una india de Usme, fue sirvienta en casa del cura Camilo Torres R. Mi madre se crio como hermana “entenada” en esa familia. Esa relación influyó enormemente en nuestra vida. Despedimos en octubre de 1965 en Popayán con mi madre y hermanos al cura que se iba para el monte a encabezar la insurrección que liberaría a nuestro pueblo. Sin embargo, a los pocos meses ocurrió su muerte. En forma emotiva y a temprana edad llegué a la misma conclusión que elaboró Joe Broderick en su libro sobre el cura Pérez[3]: El ELN sacrificó al cura para convertirlo en mártir de la revolución y alentar la insurrección popular que nunca llegó. Una verdadera estafa y tragedia. Así empecé a conocer a nuestras guerrillas.

El segundo encuentro se presentó en forma paralela. Frecuentaba por esos mismos años a una organización de artesanos revolucionarios de Popayán que se autodenominaba ORC (Organización Revolucionaria del Cauca). Entre algunas de sus tareas populares y pedagógicas, ellos conformaron un grupo de jóvenes para que se le presentaran a los jefes de las FARC para integrarse a la guerrilla. Entrenaron a lo largo de muchos meses y viajaron a Riochiquito (Cauca) para presentarse ante Ciro Castaño Trujillo, segundo al mando por esos días. Este guerrillero los conversó y los devolvió con amabilidad a la ciudad. Les dijo que ellos no estaban allá por propia voluntad. Les afirmó que si pudieran, harían el trabajo de organización y concientización que hacia la ORC pero que no podían hacerlo porque los mataban. Ellos estaban “enmontados” para defender su vida pero –insistió–, solos no harían nada. Se necesitaba un trabajo serio de tipo revolucionario en las ciudades. Les agradeció su valentía pero los rechazó fraternalmente. Era un guerrillero liberal gaitanista que no alimentaba expectativas falsas e ilusiones vanas. (Esa línea de pensamiento se perdió en las FARC y después se impuso la visión militarista).

El tercer encuentro sucedió en mi barrio Alfonso López de Popayán. Allí realizábamos durante la década de los años 70s del siglo XX un trabajo de organización y educación popular con jóvenes, todos casi adolescentes. Íbamos bien, o eso creíamos. Sin embargo, debido a temas de trabajo algunos de los jóvenes más experimentados tuvimos que ausentarnos unos meses. Ese tiempo fue aprovechado por sectores del ELN y EPL para reclutar a muchos de los integrantes del Comité Juvenil que en pocos meses murieron o fueron a parar a la cárcel por verse involucrados en atentados y “trabajos de expropiación”, que aunque fueran presentados con un carácter heroico y rebelde, para el común de la gente no eran más que acciones delincuenciales totalmente desvinculadas de cualquier lucha popular. Mucho dolor y frustración nos dejó esa experiencia.

El resto de situaciones ocurren en muchos y variados municipios del Cauca. Trabajábamos con organizaciones campesinas, indígenas y afrodescendientes. Siempre nos encontrábamos con las guerrillas. No entendían cómo podían existir procesos de organización popular que ellos no pudieran controlar. La constante que aplicaban era el principio de la guerra que dice… “si no estás conmigo, estás contra mí”. La lucha por mantener nuestra autonomía frente a los actores armados, lucha que ha sido desarrollada con especial capacidad por parte de las comunidades indígenas del Cauca, se convirtió en una constante. En el caso de El Tambo sufrimos persecuciones a cargo del 8° Frente de las FARC, que en 1997 se alió con Aurelio Iragorri Hormaza para quemar los votos al Movimiento Campesino y Popular y perseguir a sus dirigentes. No fueron los únicos casos. En algunas ocasiones se aliaban con grandes terratenientes que tenían capacidad para pagar impuestos, colocándose al lado de los poderosos en los conflictos con campesinos pobres. Ello explica que hoy en el Cauca, la principal organización campesina –la ANUC reconstruida–, está muy lejos políticamente de la insurgencia.

Son solo algunos ejemplos de cómo la degradación de nuestras guerrillas no fue sólo resultado de la estrategia de “guerra sucia” utilizada por el imperio y la oligarquía sino que desde el principio existían problemas de formación ideológica que permitieron que esas fuerzas guerrilleras fueran entrando en un proceso de descomposición política que es la principal causa del rechazo actual por parte de amplios sectores populares. Es parte de lo que deben superar en la vida legal ya que la firma de los acuerdos y su desmovilización no generan –por sí mismas y en forma automática– la transformación de sus concepciones y prácticas políticas.

Diez (10) graves errores de las FARC

Es muy importante que se entienda que la crítica que se le plantea a las FARC tiene como objetivo mostrar una realidad que no ha sido abordada desde el campo popular y de las izquierdas. Claro, el miedo, una errada solidaridad o el sectarismo, impidió que el debate se desarrollara con seriedad y rigurosidad para bien de las mismas guerrillas y el pueblo. Sin embargo, no es tarde para hacerlo. En nuestro caso, ya lo hemos hecho sin ser escuchados. Pero ahora, que dichas fuerzas entran en el juego de la “legalidad” y de la construcción de convivencia, es todavía más trascendental que se profundice en este tipo de problemas.

Hemos ubicado las siguientes formas de degradación de las guerrillas en medio del conflicto armado. Sabemos que la guerra descompone a sus actores, que las FARC pueden enorgullecerse y vanagloriarse de haber resistido los embates de uno de los ejércitos más grandes del mundo (el colombiano) que contaba con el apoyo del imperio más poderoso del planeta (EE.UU.), pero es necesario identificar las falencias propias que permitieron que el proceso de degradación llegara a niveles muy graves para la causa revolucionaria. Es un deber hacerlo. Se hace en forma sintética pero cada punto da como para un tratado.   

1. El secuestro: de ser un instrumento eminentemente político, individualizado y concentrado en personajes detestables o en grandes empresarios, que también, en forma secundaria, sirvió para obtener ingresos económicos para la insurgencia (M19), se pasó a utilizar como una exclusiva herramienta de extorsión económica, afectando principalmente a campesinos ricos y medios. Además, se mostró una enorme crueldad y falta de sensibilidad humana. Después, se generalizó su práctica hacia amplios sectores de la población con las llamadas “pescas milagrosas” que se realizaban en cualquier carretera. Hoy, como acaba de pasar con la liberación de Odín Sánchez a cargo del ELN, con ese tipo de prácticas convierten a politiqueros corruptos en héroes por el solo hecho de sobrevivir un largo y cruel secuestro;   

2. Los impuestos al narcotráfico: en un principio las guerrillas tenían claro que no debían involucrarse directamente en el negocio del narcotráfico. Con solo aplicar el impuesto del “gramaje” era suficiente. No obstante, a partir de 1983 ese comportamiento cambia en muchas regiones y frentes. La concepción militarista, la mala lectura de la correlación de fuerzas, la obsesión por conseguir el poder al costo que fuera y muchos fenómenos complementarios, facilitaron que comandantes de frentes decidieran involucrarse en prácticas que deshonraron a las fuerzas insurgentes, colocando el objetivo económico y la fortaleza logística por encima de cualquier otro propósito político y sus relaciones con la población. No podemos afirmar que se hayan convertido en el “cartel más grande del mundo” como hacen los “uribistas” pero, es importante señalar que las guerrillas se enredaron en pactos con mafias y con prácticas que contribuyeron a que las castas dominantes los hicieran ver ante amplios sectores de la sociedad como unos delincuentes y criminales del montón;  

3. Los impuestos a la minería ilegal y otras prácticas frente a terratenientes y empresas transnacionales: Ser conniventes con la minería ilegal e incluso en algunas zonas con grandes terratenientes, mafias (Magdalena Medio[4]) y hasta con empresas transnacionales que pagaban las “vacunas”, se convirtió en muchas regiones en formas de sobrevivencia económica que enfrentaba a las guerrillas con sectores populares;

4. Realizar atentados generalizados y crímenes atroces que afectaron gravemente al pueblo;

5. Creer que podían llegar al poder solo con fuerza económica y militar, y sin el apoyo del pueblo;

6. Convertirse en muchas zonas en verdaderos ejércitos de ocupación;

7. Permitir que jefes degradados y personajes descompuestos hicieran parte de sus filas;

8. No medir los errores y crímenes de “otros” con el mismo rasero con que miden los de ellos. Los fallos de la guerrilla se cometían por una causa superior mientras que los de sus enemigos se hacían por intereses mezquinos;

9. Caer en la politiquería y en el triunfalismo en la fase del plebiscito: el pedir perdón a diestra y siniestra para buscar votos por el Sí;

10. Creer en las promesas demagógicas de Santos, ser cómplices de ese engaño y contribuir con que el pueblo las crea (aunque poco las cree, como hemos visto).  

Para finalizar este aparte podemos resumir la posición de las FARC: Nos llaman a soñar con la paz. Según ellos, con solo reformar las leyes se avanzará hacia la democratización del país y la conquista de la paz. Su llamado a constituir un “gobierno de transición” integrado por todas las fuerzas comprometidas con el “proceso de paz” (o sea, la terminación negociada del conflicto), que incluye a todos los politiqueros “santistas” que se han pintado de pacifistas, implica una coalición con el establecimiento neoliberal. Esa fórmula no es más que el resultado de su degradación moral que ahora se transforma en descomposición política. Por ahí no es.     

La coyuntura política nacional e internacional

Avanza en el mundo el populismo de derecha. Trump es su adalid pero en Europa otros políticos como Marie Le Pen, le siguen sus pasos. Usan el fanatismo nacionalista, religioso, racista, xenofóbico y homofóbico, para conseguir el apoyo del electorado. Se apoyan en la frustración de millones de trabajadores que perdieron sus empleos con la globalización neoliberal. Su política “proteccionista” se basa –principalmente– en el rechazo a los inmigrantes. Aprovechan la debilidad de la “izquierda liberal” que terminó apoyando los paquetes de austeridad y privatización.

En Colombia, Uribe trata de re-engancharse a ese carro de la reacción mundial. Se puede decir que él encabezó una precoz avanzada de esa ola populista de derecha. Germán Vargas Lleras quiere empatar con esa tendencia emulando a Trump con sus ataques a los venezolanos. Sólo falta que proponga un muro para impedir la migración desde ese país. La lucha contra el “castro-chavismo” es la forma que adquiere dicha estrategia. La campaña por el NO durante el plebiscito fue el escenario donde el populismo de derecha colombiano mostró sus cartas.

Al igual que en EE.UU., importantes sectores de la izquierda liberal proponen que hay que construir una gran coalición anti-uribista para impedir su regreso al gobierno. Quieren enfrentar una Hilary nacional (De la Calle Lombana) a un Trump colombiano (el heredero de Uribe o Vargas Lleras). Tal estrategia no tiene en cuenta la evolución de nuestra vida política y pone en bandeja –como ha ocurrido en el país del norte y va a ocurrir en Francia– el triunfo al populismo de derecha.

En esa dinámica están los dirigentes de las FARC. Obligados por las circunstancias de su desmovilización, afanados por la presión de garantizar el cumplimiento de los acuerdos, y preocupados –justamente– por la continuidad del proceso de paz, caen en las dinámicas tradicionales de una izquierda cortesana y tradicional. Su lectura es errada. La única garantía de cumplimiento pleno de los acuerdos es la derrota del santismo y el uribismo en 2018.

La tarea que está planteada en Colombia es construir y consolidar una convergencia democrática que ofrezca al país una alternativa alejada del autoritarismo populista de Uribe (o Vargas-Lleras) y de la demagogia neoliberal de Santos. Esa convergencia debe presentar un programa de gobierno unificado y postular una candidatura única de las fuerzas independientes. Tal iniciativa hoy está encabezada por Robledo, Claudia López y Fajardo. Ellos llaman a la lucha contra la corrupción como uno de los temas centrales de la próxima campaña. Sin embargo, esa iniciativa debe ser reforzada con la participación y acción de amplios sectores ciudadanos y organizaciones sociales.

Esa alianza de las “fuerzas sanas de la Nación” tiene todas las posibilidades de unificarse en torno a otros temas. La lucha contra la corrupción debe entenderse como una tarea democrática de alto contenido ético. El fortalecimiento de los nacionalismos estrechos y agresivos en las grandes potencias económicas (EE.UU., China, Rusia, Reino Unido, Francia, etc.), crean condiciones y facilitan los acercamientos en aspectos económicos, sociales y culturales. La mesa está servida.

En Colombia el populismo de derecha no volverá y la izquierda liberal ya agotó su capital político. Todo está dispuesto para avanzar. Podemos volver a tomar la iniciativa pero esta vez será para romper con nuestro pasado colonial y cortesano. Si lo intentamos, lo lograremos.    

E-mail: ferdorado@gmail.com / Twitter: @ferdorado




[1] No es casual que México, Perú y Colombia sean sociedades que mantengan la tauromaquia. Es un símbolo.
[2] La rebelión de Benkos Biohó en los alrededores de Cartagena de Indias (Colombia), es una de las experiencias más notables en ese aprendizaje realizado por los colonizadores. Pero también, la rebelión de Túpac Amaru, y de los Comuneros en Nueva Granada y Paraguay, son ejemplos de esa materia.  
[3] Broderick, Joe (2000). “El guerrillero invisible”. Intermedio Editores. http://bit.ly/2kDshi4   
[4] En el Magdalena Medio las guerrillas permitieron durante la década de los años 70s que los narcotraficantes se convirtieran en terratenientes. Alimentaron a su enemigo mortal.